La Página de Rafael Rattia - La genuflexión del intelectual venezolano
 
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El intelectual pusilánime
 
Rafael Rattia
 
De un tiempo a esta parte, -el lector sabe asaz bien a qué lapso de tiempo me refiero- el intelectual venezolano se ha mimetizado de tal forma que su antigua postura pública, crítica, frente a los grandes y candentes temas que captan la atención de la nación ha alcanzado niveles espantosos de degradación ética hasta el punto de hacernos pensar que ya tocó fondo su última reserva de dignidad política. No me refiero a los Partidos políticos; aludo a la polis, al ágora, a los asuntos públicos que conciernen e involucran al ciudadano en tanto que individuo responsable de su propio destino ante sus conciudadanos, sus semejantes.
¡Qué bochorno el triste y lamentable espectáculo que brindan nuestros intelectuales venezolanos! El rasgo distintivo más sobresaliente que emblematiza al “hombre de letras”, al antiguo humanista consciente de su rol crítico ante la Historia, es, por decir lo menos, envilecedor.
Quienes ayer pensaban con “cabeza propia”, es decir con independencia criteriológica y con autonomía epistemológica; hoy a finales de 2006, bajo el manto lúgubre de este presente aciago, de esta sordera estridente que signa la coyuntura histórica en que vivimos, nuestro otrora portaestandarte de las ideas osadas y atrevidas, nuestro heraldo de las concepciones innovadoras se ha mostrado en todo su mediocre esplendor y perdone el lector la contradictio in terminis, la contradicción terminológica. Nuestro intelectual actual es él mismo un indecoroso oxímoron. Diría la semióloga Julia Kristeva: nuestro “sol negro”. El intelectual nativo ya no alumbra verdades; sólo encandila con su escandalosa opacidad crítica. Con su ensordecedor silencio ante los grandes temas que acicatean la impávida y estupefacta atención distraída de la “res-pública”  como llamaban los latinos a los asuntos del Estado.
La timoratez de nuestros humanistas de ayer es hoy la medalla vergonzante que exhiben nuestros intelectuales en la solapa de la dignidad mancillada por la amenaza institucional, por el asedio de las destempladas y horrorosas acometidas jurídicas y políticas-partidistas que vemos a diario contra lo que en otras circunstancias históricas serían “ínsulas de reservorios ético-morales” de la debacle social que se cierne sobre los restos de una nación desvencijada como lo está la Venezuela paradójica de hoy. Callar y “hacerse el loco”; voltear y ver para otro lado como si no fuera con uno, se ha convertido en moneda de uso corriente en estos tiempos de borrascosa ingobernabilidad institucional.
Los artífices de nuestro imaginario socio-representacional caminan cabizbajo y temerosos de “ganarse” la lotería del exilio y la proscripción de la civitas por adelantado. El antiguo demiurgo que ideaba mundos posibles transgrediendo y rompiendo normas se trocó en bufón arlequinesco de la farsa circense. El viejo taumaturgo demoledor de mitos y mitologemas históricos es hoy el hazmerreír de la comedia insufrible para uso de tarados que, compulsivamente, debemos presenciar. El viejo utopista de la “civitas Dei” terrenal volvióse instancia de legitimación a través de una praxiología silenciosa de una distopía deshumanizada.
Sombríos nubarrones se ciernen sobre el horizonte de la cultura venezolana. La cooperativización compulsiva del quehacer estético intenta, sin frutos aparentes, instaurar un colectivismo forzoso en el plano artístico con la coartada de que “el arte debe ser hecho por todos”. Conculcar la individualidad intransferible de las pulsiones creadoras de un poeta o un artista plástico es pretender invadir y tomar por la fuerza la última casamata del espíritu: su sagrada capacidad pensante de autodeterminación para decir lo que es debido sin cortapisas ni eufemismos.
 
(II)
El ocaso del intelectual crítico
 
Históricamente, desde que homo sapiens se sabe consciente de ser una entidad socio-antropológica ontológica y metafísicamente capaz de preguntarse por sus propias trazas de escritura y pensamiento, la crítica (práctica y teórica) ha estado indisolublemente aparejada a todo propósito de cambio. Indefectiblemente, cuando se dice cambio”se dice taxativamente ruptura, modificación de hábitos y sacudimiento de costumbres instaladas por la fuerza de la compulsión psicológica externa (el socius locus) en la mente y cuerpo –estructura psico-somática) del individuo. Tal vez por el razonable temor que infunde la idea de cambio en toda persona; pues no hay cambio impunemente, muchos seres humanos se escandalicen cuando oyen hablar de “revolución”. Muchos escritores, intelectuales, (y lo peor del caso: con fama y nombradía literaria) suelen confundir la crítica textual con el denuesto y la desmedida arremetida ética y personal contra el individuo. Aquello por esto. Probablemente continúan pensando, erróneamente, que la crítica es un paredón de fusilamiento a donde hay que llevar a todo aquel que no se aviene con nuestros gustos estéticos. El yerro de quienes así piensan, y actúan, se ha introyectado de tal modo y con tal fuerza en ellos (“los críticos”) que ha terminado por convertirse en rasgo característico del “crítico” local; quiero decir, nacional, esto es; venezolano.
Obviamente, todo ejercicio crítico supone un contexto histórico-social, toda crítica es de alguna manera legataria de una época y de una dimensión temporo-espacial. La aberración consiste en querer “traspapelar” el contexto con las condiciones individuales y subjetivas que caracterizaron la conducta personal del autor del texto. “Críticos” los hay en nuestro país que presumen continuar viviendo de las canonjías y prebendillas que les deparó en cierta época el haber emborronado unas cuantas cuartillas sobre grupos y grupetes literarios, manifiestos poéticos y cartas de presentación de algunos “escritores nacionales” que la mitad de sus exsangües y anodinas vidas intelectuales se la pasaron subsidiados por el mecenazgo estatalista. El de ayer y de hoy. Produce grima ver tanto crítico por encargo haciendo halagos de baja estofa para “justificar” un mísero mendrugo quincenal en la taquilla ministerial: y a esos se les llama “críticos literarios” en este país. La orla y el ditirambo fácil signa sus garabatos mal escritos en los periódicos y publicaciones periódicas destinadas a la difusión cultural y literaria nacional. ¡Que pobreza de espíritu! ¡que menesterosidad intelectual! ¡que pobrediablez cultural! ¡aquí lo que reina es la mentecatez de las loas y elogios de la fachenda mutua!
Tal pareciera que en Venezuela estuviéramos viviendo un tiempo histórico-cultural de ensalzamientos vacuos y de cultos infames a la personalidad de empequeñecidos personajillos de la farsa pseudo-culturosa venezolana. A poco que Usted voltee y observe en derredor podrá advertir una recua de “gerentes culturales” estatofílicos (adoradores del Estado) que viajan y pernoctan en hoteles cinco estrellas con todo lo que ello implica sin aportar una sola cuartilla que valga la pena ser publicada con un mínimo de decencia. La antigua crítica, el añejo espíritu subversivo e impugnador devino alma adocenada y Vulgata del mal gusto y del pensamiento chato y envilecido. El otrora admirable heraldo de la disidencia es hoy la triste y estropajosa figura del arlequín mediático que a todo dice que sí y a nada dice que no. La dialéctica negativa de la gloriosa “Escuela de Frankfurt” con Walter Benjamín, Teodor Adorno y Max Horckheimer a la cabeza de las posturas heterodoxas y ácratas (léase, libertarias y anarquistas) son hoy en este presente histórico una curiosidad museográfica. Me pregunto en el paroxismo del estupor intelectual, porqué en este triste villorio de ciudad sin intelectuales corajudos, nadie cita a Toni Negri, Cornelius Castoriadis, Rudolf Bharo; será que nuestra casta e “ilustrada” casta de eunucos del pensamiento subsidiario no conocen la tradición irreverente de las ideas políticas de finales del siglo XX y comienzos del XXI? ¿Es acaso ello el natural resultado de la compulsiva ideologización homogenizante que auspicia el bloque histórico dominante y su monolítica hegemonía estético/cultural?
 
(III)
Poesía y Poetas en Emergencia
 
 
Con cuanta iluminadora sabiduría lo supo decir el egregio poeta Vicente Gerbasi en un emotivo Prólogo a la poesía del también poeta Carlos César Rodríguez, escrito en 1944: ´´Ahora cuando se irrespeta tanto a la poesía, los poetas que vienen están en el sagrado deber de constituirse en sus sacerdotes. Mediante una actitud poética pura y elevada, entrañable y consciente, se le podrá defender de tanto saltimbanqui, de tanto farsante, de tanto crítico superficial y de tanto personaje que pretende ver la Poesía como una madrastra de sus propios caprichos.´´
 
Hoy, a 61 años de haber escrito aquella impresionante requisitoria a los poetas y la poesía de su época, cada una de las palabras del creador de Mi Padre el Inmigrante resuena en nuestros oídos con una fuerza parecida al látigo de Nietszche. Hay muchas formas de subalternidad y de pusilanimidad cultural que se evidencian de manera patética en actitudes y conductas rayanas en la procacidad pública. Acaso se puede concebir al poeta como un ciudadano inhibido y timorato; temeroso de exponer sus sentimientos ante los asistentes al Ágora por miedo a ser tachado de quienes merecen ser considerados como ciudadanos realmente existentes.
 
Los signos del mal llamado ´´debate pùblico´´ no pueden ser más dùplices ni hipócritas: por un lado se exhorta al país a discutir, a ponerlo todo en entredicho, y por otro se insinúa a los espíritus iconoclastas, a las sensibilidades contestatarias y a las mentalidades heterodoxas que su deber consiste en adoptar una actitud colaboracionistacooperadora con una forma de sociedad y un modelo de organización cultural que anula y cancela la irrupción de los planteamientos y proposiciones cívicas individuales.
 
Hubo un tiempo en que nuestro país pudo darse el lujo de tener voces poéticas de irreductible índole. A la superficie de nuestro panorama artístico-cultural emergieron verdaderos íconos de la creación poética que aún hoy esperamos verlos incluidos en los programas de estudio de Castellano y Literatura, Educación Artística sin que se vislumbren signos esperanzadores de que ello pueda suceder algún día. Todavía vivimos de un pasado glorioso hecho de gestas estéticas heroicas pero subsumidos en un presente estigmatizado por la culpa y la ausencia de proposiciones capaces de romper moldes y dar al traste con el continuun histórico a que se nos ha supeditado por décadas. Casi medio siglo de bostezo acrítico no basta para sacudir el letargo y la somnolencia del apoliticismo y apoltronamiento en que vive la poesía y especialmente los poetas venezolanos. Hace mucho rato no se escribe para despertar el amodorrado espíritu nacional. Por doquier se enseñorea el arte de la apología y cuando una tímida crítica asoma al proscenio es catalogada y tildada de ´´arte de elites, ´´arte de minorías, o estética de espaldas a las expectativas del pueblo. El padrecito Stalin en otro tiempo no muy distinto al nuestro lo calificó de arte degenerado. El tiempo histórico que vivimos prohíbe taxativamente el arte del disenso; disentir de la lógica cultural dominante puede significar el inocuo delito de ´´traición a la patria´´. Lo exaltadamente endógeno casi se convierte en endogamia. El pájaro guarandol y los chimi-chimitos exiliaron la contemplación de Vassarely, Kandinsky o Soto de las Salas de Arte nacionales. La escritora Teresa Coraspe ha sabido percibir y asumir el rol sacerdotal y la actitud conciente de la cual nos habla Gerbasi al comienzo de estas líneas; de qué otro modo podría decirse lo que urge decirse?
Soy quien se bebe el infinito con los ojos
Cirios apagaos que brillan en la oscuridad
                                                 (Éxtasis del Mar. Poesía -Inédito)
 
 
Es imperativo categórico por parte del poeta como voz de la tribu, ir más allá de las frágiles fronteras geográficas del patriotismo ignaro y del nacionalismo decimonónico que subsume la existencia en una visión obsidional de la vida.
 
Por si fuera poco, el último quinquenio ha sido testigo excepcional de una espeluznante proliferación de poetastros de verbena y ocasión que burilan sus malos versos por encargo con la expresa misión de ornar el rostro de una pretendidamente inédita experiencia civilizatoria. Por doquier observamos una cruzada denodada y obsecuente por arrodillar a la poesía y postrarla ante las babiecas del poder político de turno. Para ello el poder se ha valido de escritores que hasta hace menos de una década eran intelectuales iconoclastas, heterodoxos, irreverentes e insumisos ante los desafueros del poder. Hoy, en pleno ejercicio del poder, aquellos poetas irreductibles se han trocado en emblemas ´´irreconocibles´´ del más bochornoso celestinaje de las tropelías contra el arte y la cultura. No es un chiste: el antiguo heraldo de la crítica ha devenido el hazmerreír bufonesco de la conciencia nacional.
 
 
 
(IV)
 
Estética de la disidencia
 
El intelectual disidente ha representado una figura más o menos normal en América latina desde épocas coloniales. De hecho las primeras Constituciones de Hispanoamérica fueron redactadas por eminentes humanistas que abrevaron su vastísima formación cultural en las fuentes filosóficas de ´´la vieja Europa´´ como gustó llamarla nuestro eterno exiliado Don Andrés Bello.
Disentir parece ser una práctica teórica que se instituye en el acto mismo de pensar; cuando se piensa, mejor dicho desde el mismo momento en que comenzamos a reflexionar acerca de nuestras propias reflexiones, algo sustantivo del tejido discursivo instituido por la razón dominante, que siempre es la razón de Estado, se comienza a resentir. El intelectual duda, el Estado instaura verdades y certezas inexpugnables. Pensar es ya de alguna manera poner en tela de juicio la verdad oficial. Contrario a todo consenso, el intelectual le fascina buscarle cinco patas al gato porque no ve razones para no hacerlo. El ejercicio del intelecto implica el inevitable rompimiento de nudos gordianos, disolver inextricables madejas epistemológicas que en modo alguno son extrañas a la lógica de funcionamiento de los complejos dispositivos axiológicos del poder. Así como El Quijote topó con la iglesia, del mismo modo el intelectual está destinado a toparse con el Estado. Se trata en el mejor de los casos de una relación nada idílica, llena de contradicciones y tensiones de índole ético-políticas. Obviamente, así como existen intelectuales irredimiblemente heterodoxos y remisos a cohonestar la lógica del consenso formalmente institucionalizado; de igual forma abunda mucho el intelectual subsidiado por la nómina estatal, el intelectual que se desvive por la Asesoría palaciega y la agregaduría cultural adscrita al Servicio Exterior o diplomático.
No se trata de calificar al intelectual o de descalificar su adscripción a determinada concepción del ejercicio del poder; al fin y al cabo, el intelectual ´´orgánico´´ e ´´inorgánico´´ como le denominó Antonio Gramsci acompaña irremediablemente el desarrollo social de la formación histórica en la que ejerce su oficio el intelectual.
En las sociedades democráticas es natural el disenso, pues la pluralidad de ideas es consubstancial a toda forma democrática de convivencia pacífica. Es sospechosa la inexistencia de voces disidentes que digan con toda naturalidad sus opiniones y formulen sus particulares convicciones ante la sociedad. A las sociedades cerradas que persiguen la disidencia y castigan la diversidad de ideas se les conoce con el nombre de sociedades obsidionales. No puede ser considerada democrática una sociedad donde el unilateralismo y la univocidad de los conceptos se impongan piramidalmente de arriba hacia abajo irrespetando la multiplicidad de opiniones que palpitan en el subsuelo del tejido social que abriga a los ciudadanos pensantes. Es una contradictio in abyecto  imaginar una sociedad verdaderamente democrática en la cual el sujeto epistemológico por definición proclive al debate de ideas esté inhibido de opinar debido a la amonestación que se cierne sobre él si osa expresar con libertad sus convicciones y criterios en torno a problemas sustantivos del llamado ´´cambio social´´. 
No debe ser muy agradable responder al llamado de la discusión para hacerse acreedor de epítetos y denuestos tales como ´´golpista´´, ´´fascista´´, ´´traidor a la patria´´ y demás perlas que cual sambenito le es colgado en la frente a cualquiera que se atreva a disentir y sostener una opinión diferente al logos de la revolución. El adjetivo descalificativo es peor que el silencio que se impone el intelectual ante la implacable persecución de que es objeto quien no aplauda las bondades del proceso bolivariano. Disentir se ha convertido en crimen de lesa patria en Venezuela. Existe una prohibición taxativa de hablar en otro registro que no sea el diktat que se elabora en el Palacio.
 
 
 
 
 
 
 
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